Fascistas
Reproduzco por su interés el excelente artículo de José García Domínguez en Libertad Digital.
La aguda reflexión que un día expusiera Ennio Flaiano refiriéndose a su país casi es trasladable literalmente a la España de hoy. Y es que también aquí los fascistas se dividen en dos categorías: los fascistas y los antifascistas. Mas se impone añadir ese casi porque los fascistas locales presentan una nota peculiar frente a la diversidad del original italiano: entre los nuestros, prácticamente todos pertenecen a la rama de los antifascistas; los otros, afortunadamente caben en un taxi.
Pues bien, ocurre que los totalitarios patrios de repente se han lanzado a gritar a coro, para alertarnos de que viene el lobo de la extrema derecha, es decir, del fascismo. Vaya, que nos avisan que llegan ellos mismos, como si no los hubiéramos adivinado ya en la letra pequeña del Presupuesto. Contemplándola, esa comedia bufa que les ha dado por escenificar en la sala de redacción del poder, puede tomarse por un por mero teatro de sombras si no se repara en la naturaleza profunda del fascismo; es decir, si no se es consciente de que el genuino fascismo no es una ideología, sino una actitud.
Así, entendiendo eso, se comprende todo. Por ejemplo, se discierne inmediatamente que los Haro Tecglen que adulaban servilmente a Franco y a José Antonio en las páginas del Arriba no eran auténticos fascistas. Por el contrario, aquéllos únicamente facturaban como mercenarios dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de ganarse la vida, igual que tantos. Porque los verdaderos mussolinianos, los fetén son los Haro Tecglen de ahora mismo. Éstos son los canónicos, los pata negra, a pesar de las camisas blancas, blanquísimas, lavadas con el Vernel de la amnesia histórica.
He ahí, pues, nuestro heroico fascio antifascista exigiendo que se amordace a cualquiera que no asienta al mando, reclamando adhesiones inquebrantables, y ordenando excomulgar a los disidentes del pensamiento único. He ahí los audaces fasci di combatimento, practicando el terrorismo intelectual contra el partido de la derecha democrática que representa a más de diez millones de españoles, y alternándolo a voluntad con histéricas llamadas a las razzias de castigo sobre sus sedes y militantes. Negando el pan, la sal y la legitimidad para gobernar a la segunda fuerza política del país. Propugnando que, de grado o a la fuerza, la mitad de la nación no se resista a morir.
Ahí están, prietas las filas e impasible el ademán, otra vez haciendo méritos en el concurso-oposición de aquel sillón del Gran Inquisidor que soñara Ernesto Jiménez Caballero, su padre espiritual. Ahí los tenemos, otra vez. Los flamantes comisarios del Ministerio de la Verdad, igual que todos los manguis de la Gran Vía, berreando “al ladrón” cuando echan a correr llevándose el carné de identidad del prójimo en el bolsillo.
José García Domínguez
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